Editora en pijama

Mi madre suele comprarme unos pijamas horrorosos de colores chillones con estampados aún más chillones que parece que ejercen sobre ella un atracción irresistible. También suele comprarme pijamas de ositos, corazones o teteras, algo más discretos que los anteriores, con sus correspondientes batas a juego. Yo me compro pijamas más serios, de pantalón de rayas y camiseta lisa de un sencillo azul de manga corta o larga, según la temporada. Entre unos y otros tengo una buena colección de pijamas, que es, precisamente, la prenda que más utilizo, al no tener que ir a ninguna oficina para trabajar.

Muchas mañanas salto directamente de la cama al ordenador. Sólo tengo que cambiar de habitación, y si preveo que tengo mucho trabajo, ni siquiera eso, puesto que ya duermo con el portátil al lado. A media mañana, almuerzo/desayuno un poco y me doy una ducha, tras la que me vuelvo a poner un pijama «de día». Porque tengo un pijama para dormir, y otro para andar por casa. Así, en pijama, soy muy capaz de abrir la puerta a cualquier visita a cualquier hora del día, con su consiguiente asombro.

Hoy por ejemplo, el de la imprenta me ha pillado en bata roja y pijama naranja fosforito aportación de mi madre, con dos flores en un lateral, una rosa fucsia y otra amarilla. «Igual he llegado muy pronto», me ha dicho. «No, es que ya te avisé por mail, que si venías sin llamar antes, corrías el riesgo de que te recibiera en pijama comprado por mi madre». Creo que soy la única persona que le ha entregado la corrección de unas pruebas de imprenta en pijama.

Cuento todo esto para que os hagáis una idea de lo muy «casera» que puede ser la confección de mi revista, a pesar de que por el resultado final, no lo parezca. Esto seguro que destroza completamente la idea que de mí deben de tener las personas con las que me escribo como «Directora de Iguazú. Revista Artesanal de Literatura y Cultura». Quizás me imaginan en un despacho rodeada de libros. Quizás me suponen una persona «importante» y seria, y seguro que piensan que llevo gafas, casi con seguridad, de pasta.

Ahora escribo (como no, en pijama) sobre una mesa camilla bajo la cual me escondía de pequeña, en un rincón del cuarto que hasta hace nada ha sido de mi hermano mayor, sentada en una vieja silla de estudiante con ruedas. Desde aquí charlo, por ejemplo, con Helena Ramos, rusa de nacimiento, nicaragüense de adopción, cofundadora de la Asociación de escritoras de Nicaragua y de la revista Anide. A mí todo esto me suena muy importante, y la imagino sentada en un despacho con un ventilador y libros, y pienso si ella -y tantos otros- no se decepcionarán un poco el día que me descubran sentada en pijama.

4 comentarios

suigeneris octubre 2, 2007

Es sorprendente la cantidad de mentira que hay en los imaginarios de la gente. Y nosotras seguramente también estamos impregnadas de kilos y kilos de ideas falsas sobre el mundo que nos rodea, la gente con la que nos relacionamos…

Por eso alguna vez he pensado que si nos despojáramos de toda las ideas erróneas, las mentiras y lo falso de nuestra cabeza (así, por arte de magia)… qué nos quedaría?

Umm, por si te sirve de consuelo -sé que te hace gracia esa idea que tienen de ti, y aunque a veces te descubres a ti misma, lo que en realidad te encanta es el efecto sorpresa en los demás- yo nunca te imaginé con gafas de pasta ni en una supermesa con megabiblioteca alrededor y… un mac?

elia octubre 3, 2007

Ah, pero no llevas gafas de pasta? uf, que decepción…

namaga octubre 3, 2007

mejor con que sin ;p

La Ricci octubre 4, 2007

Todas las madres compran pijamas horrorosos pero reconoce, que tras noches y más noches durmiendo con ellos, al final les coges cariño, incluso me atrevo a decir que te acaban gustando.
Besos.
PD: Tengo un tupper tuyo, ¿cuando te lo devuelvo?

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