Hacía tiempo que no me detenía a mirar las cosas a mi alrededor. Estoy sentada en la mecedora de madera que me traje de Nicaragua (objeto recurrente en estos escritos, pero al que en la vida real apenas presto atención, transformado en un aparatoso mueble con el que siempre tropiezo y que no sé dónde colocar en este salón modelo Ikea ya saturado de estanterías, sofás, mesas auxiliares, sillas y mesa de comedor, mucho más funcionales).