Cuando vivía en Canterbury caminaba todos los días de casa a la universidad. El campus -donde vivía- estaba a unas dos millas del pueblo, sobre una montaña, así que todo alrededor eran campos y bosques. El camino a los “colleges” quedaba perfectamente marcado en piedra y cemento entre los árboles, con su carril de bicicletas correspondiente. Entonces yo a menudo, consciente de esa frase en mi solicitud (la única mía, la que respondía a una pregunta y no a una casilla “¿Cuáles son sus motivos para solicitar una beca Erasmus?” “Porque sé que en Canterbury voy a ser feliz”) me detenía en mitad del camino y…
Un comentario
Cuando entras a un sitio del que no eres todo el mundo te mira. Es la herencia del lejano oeste. Un beso, nurieta