Por Marina

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Autora de la crónica:
AMAIA URIZ ZARZA

«¿Dónde está la mujer?»

Esa fue mi pregunta durante los san fermines del año pasado en mi cuenta de Twitter, con más de mil seguidores entonces (ahora es una nueva, tuve que cancelar la anterior), la mayoría de ellos de Pamplona y personas ligadas a la información y a la política. Una pregunta a la que nadie sabía darme respuesta.

Me refería a la protagonista de una noticia que había saltado a todos los medios de comunicación, sin que en realidad apenas se hablara de ella. Solo se hablaba, primero, de un pamplonica que había sido agredido por un yanki, y más tarde, de un yanki que había defendido a su novia de las agresiones de un pamplonica. Pero nadie hablaba de ella, de la chica.

¿Dónde estaba la chica americana que fue abordada por un pamplonica? Insisto en el término pamplonica puesto que fue el que utilizaron los medios de comunicación de Pamplona para salvaguardar la identidad del agresor. Pamplonica: uno de los nuestros. Las noticias que llegaban señalaban que el agresor continuaba con pronóstico grave en el hospital y el yanki seguía detenido. ¿Y la mujer? ¿Qué sabíamos de ella? ¿Dónde estaba? Su novio en el calabozo, ¿y ella?

Yo entonces estaba en Madrid, pero gracias al jefe de prensa de la Audiencia de Navarra supe que el yanki estaba libre tras dos días en el calabozo, aunque con el pasaporte retirado. «¿Qué tal está la chica?», le pregunté. No sabía nada de la chica, pero me facilitó el teléfono del abogado de oficio de su novio.

Estaba muy enfadada porque a nadie parecía importarle lo que había pasado con la mujer. Una mujer sola, en una ciudad desconocida, recién agredida y con su pareja en el calabozo.

En Twitter me comprometí a darles alojamiento hasta que pudieran recuperar su libertad, es decir, su pasaporte. Entonces apareció otra mujer, A., la responsable de didáctica de un museo. A. se comunicó conmigo por DM en Twitter y me dijo que ella alojaría a la pareja los días en que todavía me restaban a mí estar en Madrid.

Tan pronto llegué a mi casa tomé el relevó de A. Nos encontramos por primera vez. Nos dimos un abrazo. Mientras se instalaban, A. me contó cómo se había encontrado tres días antes con una pareja de veinteañeros asustados, en un hotel de esos de salidas de autopista cerca de una ciudad. A. les abrió su casa. Les dejó dormir “tenían mucha falta de sueño”. Les escuchó. No les hizo preguntas.

En la terraza de mi jardín, ya más descansados, tampoco era momento de realizar ningún interrogatorio. Sin embargo sí quise saber una cosa: «Patty, ¿cómo viviste los dos días en que Zask estuvo en el calabozo?», y narró esta historia que es la primera vez que vais a leer porque nadie, ningún periodista tuvo el coraje y el interés de recoger. Solo querían hablar con el hombre, con Zask, él interesaba, su historia interesaba, la de su chica, no.

Un fatídico día de cumpleaños

El 12 de julio de 2014 Patty y Zask estaban en Barcelona en su viaje por Europa y decidieron tomar un autobús a Pamplona para visitar las famosas fiestas que Hemingway inmortalizó en ‘Fiesta’. Esta pareja de novios, ella de Seattle y él de Santa Mónica pero unidos por Nueva York, habían decidido destinar su mes de verano a viajar por el sur Europa. Su intención era conocer un pueblecito de Italia donde se conocieron los abuelos judíos de Zask supervivientes de la segunda guerra mundial.

Patty, de madre china y padre estadounidense no tenía raíces en Europa, pero sí un interés en la literatura española, materia en la que había comenzado un postgrado en la Universidad de Nueva York. Esto le acreditaba un nivel de español leído y escrito nada desdeñable, pero muy poca fluidez en el oral. En cambio su chico no leía ni escribía español, pero sí lo hablaba y entendía bastante bien, pues antes mudarse al Este para estudiar ingeniería becado en la Universidad de Yale, había convivido con chicanos en Santa Mónica y tenía muchos amigos hispanos e ilegales.

El 13 de julio es el cumpleaños de Patty y lo iban a celebrar sumergiéndose en la fiesta que apenas habían ojeado la noche anterior cuando fueron a dormir pronto a la pensión que habían encontrado en La Mañueta. A las 6 de la mañana, como señalan las guías para extranjeros, se pusieron en marcha con dirección al encierro. Zask quería correr. Patty le esperaría en la curva de Telefónica al final de la Estafeta. Se verían allí al terminar.

Así hicieron. Zask feliz, con la hazaña de que había emulado al premio Nobel más salvaje que ha dado la Literatura universal y había salido vivo para contarlo. Se dirigieron a la Mañueta por la Estafeta con un propósito: desayunar churros. Serían las 8 y cuarto, y veinte, cuando a Patty le levantaron la falda, en plan gracieta unos mozos muy majos. Y dos minutos más tarde un cuarentón se le abalanzó encima tratando de besarla y manosearla. En cuestión de segundos, Zask, que estaba un poco rezagado le estampó un puñetazo al sujeto. Al pamplonica que dirían los periódicos al día siguiente. El hombre cayó como un plomo, sin resistencia alguna, y dio con la cabeza en el duro adoquín. Patty y Zask observaban horrorizados lo que estaba sucediendo. Zask, se ve en las imágenes que capturaron todo el suceso, en dos cámaras diferentes con dos ángulos diferentes, se lleva las manos a la cabeza, anda en círculos incrédulo de que eso le esté pasando a él.

El agresor tuvo suerte. Un golpe así es mortal en la mayoría de los casos, pero en cuestión de minutos estaba monitorizado en una de las ambulancias preparadas para los corredores de los encierros. En pocos minutos estaba en el hospital atendido por un equipo de cirujanos y médicos preparados para cornadas mortales. Mientras, Patty y Zask fueron conducidos a la comisaría. Había un herido grave. Había un testigo, una de las personas que coloca y retira el vallado del encierro lo había visto todo y ofreció su versión de los hechos, que coincidía con la de los americanos. Y con lo grabado por las cámaras.

Pero había un herido muy grave. Y los medios de comunicación de Pamplona comenzaron a dar la noticia de que un yanki había mandado medio muerto a un pamplonica al hospital. Tras tomarles declaraciones a Zask le metieron en el calabozo y a Patty le dejaron irse.

Un kilómetro y medio sola, asustada y recién agredida

La comisaría de Pamplona está a escasos metros del comienzo de la zona vieja por lo que Patty se enfrentó sola a un kilómetro y medio, una distancia semejante al recorrido del encierro. Recorrió el trayecto aterrada. Convenciéndose de que en esa ciudad desconocida, el hecho de que un hombre le intente magrear algo extraordinario. Se repetía que estaba en Europa y que los machos estan civilizados y saben que una hembra no es un ser inferior al que se le puede asaltar impunemente. Eso se repetía hasta que llegó a la pensión de la que unas horas antes había salido con su novio a celebrar su 22 cumpleaños.

Volvía sola, asustada, ultrajada y sin saber qué le depararían las horas siguientes. Nadie le acompañó en todo este tiempo. Ese ayuntamiento que había anunciado a bombo y platillo que estas fiestas iban a ser ejemplares en la persecución de las agresiones sexuales. Ellos hablaron de agresiones sexistas, tal vez por eso no sabían muy bien que lo que tenían que perseguir eran las agresiones sexuales.

Patty no salió en dos días de su cuarto. El mismo tiempo en que estuvo encerrado su novio en el calabozo. Pero así como Zask estuvo comunicado con el mundo exterior, atendido por unos guardias civiles que le apoyaron, que le consideraron, y así se lo hicieron saber, la víctima de la historia, Patty estaba sola leyendo horrorizada los mensajes en los foros de los dos principales periódicos de la ciudad. Sobre todo de uno de ellos. En sus foros atacaban con saña a Zask, cuestionaban su versión, dudaban de que Patty hubiera sido atacada, pedían un castigo ejemplar contra ellos. Eran los extranjeros. Los que alteraban el buen rollo de las fiestas. Eran los causantes de que un pamplonica estuviera al borde de la muerte. Y así transcurrieron 48 horas.

Sacaron a Zask del calabozo, un guardia civil le ofreció su casa. Agradecidos prefirieron irse a un hotel a esperar la evolución del agresor ya que el que le devolvieran el pasaporte dependía de ella. Y en esas estaban cuando A. y yo les ofrecimos alojamiento.

Los días en casa de A. fueron mucho dormir y mucho hablar entre ellos. A. les convenció para dar un paseo por la ciudad. Yo no les llevé a Pamplona, vivo a unos kilómetros y sólo fuimos a la ciudad a los juzgados pues cada 48 horas Zask debía dar testimonio de su presencia.

Días de espera

Los días que pasamos juntos fueron muy agradables aunque siempre estaba presente la condición de que a Zask le devolvieran el pasaporte. El abogado era un entusiasta con buenas intenciones e insistía, por dar publicidad al caso, en la necesidad de que Zask ofreciera a un periódico su versión de los hechos.

Zask y Patty se pusieron en mis manos. Confiaban en mí. Yo fui tajante: no. Patty suspiró de alivio y dijo que era ese el periódico que más había dado cobertura en los foros a los comentarios contra ellos. Nunca les conté que el hermano del agresor había llamado al otro periódico amenazando al periodista que había publicado la versión de los hechos de Zask, del operario del vallado y de las cámaras de seguridad, que finalmente fue la versión que creyó la juez.

Tampoco les conté nunca que el gobierno de Navarra sabía que estaban en mi casa, y que un destacado miembro de ese gobierno waspaeaba conmigo todos los días. Unos días que empezaban a ser muy largos. En las películas, los USA mandan un grupo de marines al rescate de sus hijos. Aquí no llamó ni la Embajada. Y la jueza estaba a punto de irse de vacaciones. Se trataba de que el jueves la jueza, antes de irse, diera la orden de devolver el pasaporte a Zask.

El miércoles supimos que teníamos que conseguir 12.000 euros, entregarlos en la Audiencia y al día siguiente Zask sería libre. Nunca fueron capaces de explicarnos por qué 12.000 euros. Podían haber sido 120.000 euros o 1.200 euros. Se trataba de dejar un depósito por el que Zask volviera a un supuesto juicio de lesiones con resultado de muerte o invalidez severa.

Los del juzgado de Pamplona debieron de pensar que Zask era rico. Yanki viaja, yanki rico. Pero la realidad es que el padre de Zask es un fontanero de San Diego y su madre es esteticién. Zask no tenía ese dinero, en principio Patty se ofreció a dejárselo: eran sus ahorros para la universidad. Lo que su madre le había ido metiendo en la cartilla para que a los 18 años volara. Al final no hizo falta. Los padres de Zask, con mucho esfuerzo, reunieron el dinero. 12.000 euros por un pasaporte.

Los medios quieren la versión de Zask, pero ¿y la de Patty?

Esa noche sí lo celebramos. Bebimos vino y nos reímos como todas las noches, pero antes tuve que lidiar con otro periódico. Querían a toda costa hablar con Zask, querían darle la oportunidad de explicarse, de contar los hechos. Zask y Patty no querían hacerlo, pero de nuevo se pusieron en mis manos. Yo dije que no. Es más, le ofrecí al periodista una entrevista pero con Patty, sin Zask.

Sabía su respuesta, no me decepcionó: «por supuesto que le haría hueco a Patty, mejor que saliera la chica, pero la noticia era Zask». No le discutí su bisoñez pero fui firme: «No». La negativa se la di a tres periodistas diferentes del mismo medio que no sé por qué curiosa razón pensaba que iban a lograr convencerme.

Patty escribió una carta a todos los medios de comunicación. La enviamos secuestrada hasta las 10 de la mañana. Para esas horas, una semana más tarde de lo deseado, Zask y Patty estarían montados en un autobús con destino a Madrid. Les tomé una foto subiendo la cuesta de mi casa hacia la marquesina donde tomarían el urbano hasta la estación de autobuses de Pamplona. Patty y Zask de espaldas. El final de una triste historia.

Una situación que nunca debía haber pasado

Yo nunca debí haber conocido a Patty y Zask. Nunca nadie ningún hombre debía haber abusado de ella. Nunca nadie ninguna institución debía haber dejado a la víctima sin protección y sin apoyo.

Yo ayudé a Patty por solidaridad a una mujer. Imaginé a mi hija Marina en Nueva Orleáns, disfrutando de sus carnavales y que un aborigen intentara abusar de ella, y que su novio le diera un golpe, y con ese golpe le tumbara, y que se llevaran al novio de mi hija Marina a la cárcel. Quiero creer que a Marina le acogería una mujer cuarentona y la ayudaría. Lo hice por Marina.

10 comentarios

María agosto 17, 2015

¡Qué duro! ¡Qué suerte encontrar personas como Amaia! Gracias por tanta generosidad.

Aina agosto 18, 2015

Gracias, Uriz. Por compartirlo por fin, pero sobre todo por Marina, India, Udane y el resto de futuras mujeres estupendas por las que hay que mantener la alerta.

Amaia uriz agosto 27, 2015

Os tengo que contar que el fiscal de Navarra solicita para Zach 60.000 euros para entregárselos al pamplonica y 60.000 para entregárselos al Gobierno por el gasto hospitalario del pamplonica. 120.000 euros y 6 meses de cárcel.
En Francia condecoran a quienes defienden la libertad de las personas. En España las condenan.
Al pamplonica le piden 2.000 euros x su agresión sexual, calificación ésta de agresión sexual consumada realizada por el fiscal.
Justicia.

Gloria agosto 29, 2015

Quizá tuvo que llegar la periodista, mujer, para que la historia pudiera ser contada… Increíble que no quisieran darle voz a ella. Grande la generosidad de A. y Amaia.

Javier agosto 30, 2015

Yo también espero que mi hija o mi hijo en un caso similar encuentren a una madre adoptiva que tenga humanidad en cualquier lugar civilizado.

Creo que haría lo mismo que cualquiera de los protagonistas de esta historia en cada caso, a pesar del ambiente, a no ser que se me nublara el entendimiento.

José Antonio Nájera agosto 31, 2015

He llegado a esta noticia por casualidad. Me han sorprendido dos cosas: una, lo fácilmente que se te puede complicar la vida sin que intentes meterte en líos; dos, la solidaridad desinteresa de algunas personas puede hacer que las cosas sean un poco más fáciles. Gracias.

editora octubre 2, 2015

Atención, comienza el juicio contra el agresor sexual y contra Zack, veréis la barbaridad que pide el agresor a Zack, y no solo eso, también todo lo que reclaman las autoridades sanitarias (más de 50.000 euros):

http://bit.ly/2a15Y0X

editora julio 21, 2016

Ya se ha celebrado el juicio y este es el resultado: El novio de Patty, Zask, tendrá que pagar 150.000, aunque me cuenta Amaia (que sigue en contacto con ellos) que para Patty lo más importante es que la sentencia reconoce que SÍ HUBO AGRESIÓN SEXUAL (esa que los medios negaban en su día).

En la sentencia, que puede ser recurrida ante el Tribunal Supremo, la Audiencia estima que en la conducta del vecino de Pamplona, J. M. F. G., de 43 años, concurre la atenuante de embriaguez, ya que se encontraba bajo la influencia de bebidas alcohólicas que había consumido con anterioridad. Deberá indemnizar a la víctima con 3.000 euros en concepto de daño moral.

Por su parte, el tribunal aplica al estadounidense, Z. R. B., de 26 años, la eximente incompleta de legítima defensa por haber actuado para auxiliar a su novia de una «agresión ilegítima». Tendrá que abonar al perjudicado 91.500 euros (16.500 por las lesiones y 75.000 por las secuelas), así como 60.430 euros al Servicio Navarro de Salud por los gastos de la asistencia médica, según ha informado el TSJN.

http://www.elconfidencial.com/espana/2016-07-20/joven-condenado-abuso-sanfermines_1236372/

David agosto 24, 2016

Pues a mi personalmente me parece mucho más violento un borracho intentando abusar de una mujer, que un bofetón en la cara.

Para gustos los colores.

Pero aquí se está hablando de otra cosa. Gracias por contar esta historia y por ayudar a estas personas.

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