De surcos y azadas, de cobijo y lumbre. María Sánchez en su «Almáciga»

Comparto unos textos de María Sánchez publicados en su maravilloso libro «Almáciga. Un vivero de palabras de nuestro medio rural».

De surcos y azadas

Escribir como sembrar.

Escribir como decidir, como quien hunde las manos en la tierra, como elegir el lugar idóneo para la siembra. La tierra como el folio en blanco: hay que pensarla, imaginarla, prepararla.

De cobijo y lumbre

No solo las palabras que alimentan nuestra almáciga existen y viven a la intemperie. También hay lugar para los espacios comunes, para el fuego y el descanso. Aquí tienen cabida las casas que un día fueron y ya no son. Porque la tierra siempre es la misma, igual que las raíces.

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Si imaginamos las casa como un sistema anatómico, como un cuerpo, con sus diferentes partes y funciones, la cocina, en especial el fuego, se convierte en el centro del hogar. Es en torno a él donde sigue sucediendo la vida, donde se da paso al alimento, donde es posible recogerse, reunirse, compartir y celebrar. Hogar y calor, llamas y refugio. La lumbre como latido y respiración, como impulso.

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¿Qué imágenes vienen a la cabeza al escribir las palabras abuela, hogar, casa, lumbre, huerto? Ante mí siempre aparece una muy concreta que sigue formando parte de mi día a día. Puede que mi memoria solo esté hecha de recuerdos de quienes ya no están, o de tareas que ya no se hacen o palabras que ya no escucho. ¿Son ellos mis fantasmas? Los siento tan adentro que creo que siguen aquí, conmigo.

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A ellos, a los que ya no están, a mis no-fantasmas, me gusta imaginarlos así, en las casas vacías, desalojadas, abandonadas, derruidas. En las casas que ya no existen pero de las que queda alguna piedra o teja desperdigada por la tierra que las vio crecer. En las casas que siguen durmiendo solas, inundadas a la fuerza, debajo de alguno de esos pantanos. También en las casas tapiadas, en las que dejaron un andamio a medio hacer, esas que recriminan con solo pasar que allí podría seguir viviendo gente. Todas ellas, todas, esperando que no haya nadie cerca y que llegue la noche y de nuevo el fuego para reencontrarse con las estelas, las voces y los rastros de todas y todas a las que conocieron y albergaron. Todas acercándose a la lumbre, hipnotizadas por las llamas y las pavesas, pequeñas chispas que saltan del fuego y que, aquí no, nunca terminarán siendo cenizas.

 

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