La memoria inventada

Leo ahora esto

y me pregunto si soy de las pocas personas que no tiene nostalgia de la infancia. Mucho menos aún de los veranos de la infancia en el pueblo. No tengo especial buen recuerdo de cuando era niña. Una niña rara, diferente, solo porque me gustaba leer y esconderme.

Todos los recuerdos, siempre, a cualquier edad, son falsos. Toda la memoria es inventada. A partir de ahí podemos crear el hilo narrativo que queramos, claro. Siempre lo he sabido, pero este año he pasado más tiempo con mi hermano mayor y es muy curioso comprobar cómo el mismo hecho, vivido a la vez por él y por mí, es distinto para cada uno. Tanto, que a veces me da miedo sacar a colación algún recuerdo, para conservarlo intacto tal y como yo lo he moldeado.

En todo caso no me hago trampas al solitario y cuando recopilo las historias de mi madre, de mi abuela, de sus generaciones anteriores hasta donde su memoria alcanza…, sé que son solo una foto fija de un momento, un encuadre entre otros.

¿Por qué de todas las vivencias son unas las que quedan y no otras? ¿Por qué recordar que mi abuela a los 12 años tuvo  un momento de rebeldía y mintió a la costurera para decirle que sí, que su madre le daba permiso para que aquella tela fuera una falda con vuelo y no lisa? ¿Por qué mi madre guarda ese recuerdo en apariencia tan nimio y me lo transmite a mí un día cualquiera?

¿Por qué, de todos los papeles, mi tía abuela Julia salvó de la quema las postales que su marido trajo de Comodoro Rivadavia (Argentina) y la foto que el 20 de marzo de 1930 le envió su amiga Teresina, de Huesca, con el texto «Para que siempre te acuerdes de quien nunca te olvidará»? ¿Y esa fotografía de un torero que no alcanzo a saber quién es? ¿Qué recuerdo hay detrás de ella?

Yo, por ejemplo, he creado una imagen de mí en la que soy una niña solitaria, que pasa el tiempo leyendo en el pueblo, esperando que llegue alguna visita para romper la tarde o que me lleven a Reznos a pasar unos días con mi tía Montse (hermana de mi abuela) y poder ser más yo, porque nadie espera nada de mí. Explico que era una niña antisocial y que no tenía amigas en el pueblo.

Entonces aparece este verano Maite, la sobrina de la Rufina, una de las amigas de mi tía Julia, que vivía en mi misma calle. A mí la llegada de Maite siempre me alegraba, porque era una niña igual de tímida que yo y tranquila y nos entendíamos bien. Además, éramos vecinas.

Nos sentamos a hablar un rato, ella con su pareja y yo con la mía, de lo que eran esos veranos de la infancia en el pueblo. Yo comento lo difícil que eran para mí por ser o sentirme «la rara» del lugar. Y aquí viene la sorpresa, ella me dice que qué va, que ella en cierta forma me envidiaba porque a mí siempre venía a buscarme gente a casa y siempre estaba con alguien. Que si la Mari Trini, que si la Marta… y sí, su recuerdo, igual de cierto que los míos, ilumina las partes que yo no suelo tener presentes. Porque en los 3 meses que yo pasaba allí había tiempo para todo, incluso para ser mucho más sociable de lo que suelo recordar.

Pero en mi relato, en mi construcción de la personalidad, la memoria se ancla en la timidez de entonces y así explica la timidez de ahora. Es fácil mirar para atrás y seleccionar solo los retales que nos convienen para el presente o para el pasado que queremos contarnos.

La vida es memoria, la memoria son historias y las historias son interpretaciones. Vuelvo una y otra vez a mi obsesión vital, que no es la nostalgia: es la recuperación de la memoria, de los instantes mínimos de las vidas de quienes me precedieron. Evitar a toda costa la muerte del olvido. Un breve, efímero y baldío, lo sé, intento de permanencia.

 

 

4 comentarios

Diego diciembre 9, 2021

Mola Nuria. Gracias por escribirlo.

Clara diciembre 10, 2021

Qué pena que no escribas más, querida Nuri.🥰🥰

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