Muchas veces paseaba en círculos alrededor de un punto conocido al que no terminaba de acercarme del todo. Podía ser el piso donde vivía una amiga o la biblioteca donde trabajaba otra. Eran lugares seguros a los que podía acudir cuando mi casa se hacía demasiado grande o demasiado pequeña (o tal vez era yo la que cambiaba de tamaño). Sin embargo, me daba miedo desgastarlos y tampoco quería mostrarme así de perdida ni aferrarme a ellos como última salvación. Prefería que los lugares llegaran a mí, y no yo a ellos.
Daba tres pasos adelante, cuatro atrás, esperando. Entraba en una tienda, compraba una bolsa de patatas, me entretenía mirando un árbol. Esperaba. Muchas veces me volvía a casa sin que pasase nada. Ni siquiera arrastraba ninguna culpa -ni cualquier otro sentimiento- por no haber alcanzado un refugio. Salir a buscarlo -o a que me buscase- ya era suficiente.
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Un comentario
Me gusta pasearme por tu blog y tus tamaños