Acabo de leer un post del siempre acertado José Antonio Millán (alias «Libros y bitios») en el que ofrece siete consejos a jóvenes editores. En los comentarios (José Antonio tiene la suerte de contar con magníficos comentaristas) se ha producido una conversación bastante interesante sobre el concepto de «obra» y «contenido», a raíz del último consejo que daba Millán:
7. Y, para terminar, recordad una cosa: los libros no son contenidos. Los fabricantes de dispositivos que necesitan ser llenados, los operadores de telecomunicaciones que precisan tráfico: ellos quieren relleno para sus cacharros. Cada vez más. Pero los autores no escribimos contenidos; los editores no editamos contenidos. Escribimos y editamos obras. No lo olvidéis…
Este tipo de debates a mí me resultan especialmente interesantes, porque yo, por un lado, para ganarme la vida, he sido «Directora de contenidos» (siempre para páginas web) y por otro, de manera paralela en mi tiempo libre, soy editora y llevo 17 de mis 35 años editando una revista literaria en papel (toda una «obra» se podría decir). Sin embargo, aunque las dos actividades se nombren de manera distinta, a mí nunca me han parecido esencialmente diferentes. En el artículo que escribí para el número 17 de Trama y Texturas, «Contenidos web: nuevas profesiones para jóvenes (y viejos) editores», ya apuntaba esta reflexión:
A veces me pregunto si soy editora. No trabajo rodeada de libros ni cuento con un catálogo de publicaciones para mostrar, ni siquiera tengo unos autores a los que mimar. Sin embargo, me paso el día rodeada de palabras y de contenidos que corrijo, edito, organizo y presento en un orden determinado, planificados para responder a unas necesidades concretas y publicados pensando en un tipo específico de lector o lectora.
Realmente no me siento menos editora por no trabajar con aquello que Millán llama «contenidos» en vez de trabajar con lo que él llama «obras». En los comentarios a su post (que recomiendo leer) han surgido varias ideas al respecto, que resumo aquí:
Raúl Marcó del Pont citaba a John B. Thompson (Books in the digital age) cuando dice que el gran descubrimiento de los editores con la digitalización fue darse cuenta que no contrataban libros sino contenidos que podían difundirse en diferentes plataformas. Millán puntualizaba lo siguiente: «Para mí, todo lo que surge de la acción de un autor (individual o colectivo, explícito o anónimo) son “obras”, vayan en el soporte que vayan… » y Julieta Lionetti añadía el concepto de «mercancía» unido al del libro desde que se produjo la revolución industrial y el libro surge dentro de una sociedad mercantil.
Julieta, además, en mi opinión da en el clavo cuando apunta que «una obra es algo con principio y fin, en cuya “arquitectura” hay una intención, que si bien no es unívoca, es abarcadora de todo el conjunto» y se pregunta «¿serán obras las wikis, que no tienen ni principio ni fin y cuya intención es colectiva?» (y responde ella misma que son «otro tipo de obras»).
En efecto, en mi trabajo tanto de directora de contenidos como de arquitecta de la información, muchas veces considero que trabajo con «obras» (también en los comentarios al post Gorki asociaba «obra» a un «producto de trabajo» y «contenido» a un material), puesto que cuando diseño una estrategia de contenidos para una web (y su correspondiente arquitectura y flujos de lectura), en el fondo estoy concibiendo esa web como una obra única, creada con una intención y arquitectura determinadas, que además tiene un principio y unas puertas abiertas para seguir creciendo de manera ordenada, sin que los nuevos contenidos sean algo aparte de esa «obra».
Lionetti también hace una reflexión que hay que tener en cuenta: «el gran desafío es, a mi entender, saber si podemos pensar el ‘libro’ fuera de las tecnologías que le dieron origen y fuera de su condición de mercancía, que parece ser lo que la (r)evolución digital ha puesto en cuestión.» Yo sé que se le da muchas vueltas a esto, qué es un ‘libro’ y qué no lo es, pero la verdad es que no me preocupa demasiado, puesto que, como decía antes, prefiero pensar en «obras» antes que en «libros», «webs» o «aplicaciones» (más de un editor se escandalizaría si hablara con algunos de los informáticos con quien yo trato día a día, que consideran sus bases de datos verdaderas «obras» y lo cierto es que no les puedo llevar la contraria cuando me explican cómo han pensado al detalle el nombre de cada tabla o cada campo).
El concepto «obra», por tanto, cobra cada vez más vigencia en un entorno digital repleto de contenidos. Así, la obra podría ser el conjunto de contenidos (del tipo que sean) ordenados con una intención. Si a esto se le llama «libro» o no es algo que con el tiempo dejara de tener importancia (incluso ya estamos viendo el auge de las narrativas transmedia -historias que se conciben para ser consumidas desde y para varios formatos de manera no sólo paralela, sino completamente cruzada-, donde los editores también tienen mucho que aportar, si saben dar el paso).
3 comentarios
Gracias, Nuria. La verdad es que mi observación partía básicamente de cierta repugnancia que me producía cada vez que leía (o me descubría pronunciando) la palabra «contenidos». Mis primeros apuntes fueron apresurados, pero la discusión valía la pena!
Añadiré, por el momento, que para mi las bases de datos pueden ser obras, ‘y cómo! He publicado dos libros que eran básicamente subconjuntos de mi base de datos de signos. Incluso podría pensar que una base de datos recolectada automáticamente, si sigue los designios de una buen programador, sería también una obra (como un programa lo es).
Pero continuará…
Desde luego, las discusiones en tu blog siempre merecen la pena 🙂
Ah, y no esperaba menos de ti sobre las bases de datos, si hay alguien que precisamente entiende sobre libros y bitios eres tú 😉
Me sigue produciendo «temor» escribir y comentar porque sois maestros y poco puedo aportar. Formulo preguntas para aprender y siempre me ilustráis! He leído a Nuria y lo ha explicado claramente. Por azar (creo que ha sido el azar, sí)mi vida profesional ha estado muy ligada a programadores y para ellos, sus bases de datos y sus programas son obras!! Y siempre había pensado que la edición y la tecnología podrían llegar a «fundirse». Por azar, serendipia, di con José Antonio Millán en la red sin saber «quién era» y comprendí que él sí sabía que librios y bitios podían confluir…