Sobre mecedoras, sillas, tapicería y la vida en general

Hoy era uno de esos días en los que me apetecía caminar por la ciudad y mirar Barcelona con nuevos ojos. En un par de días viajo a Madrid, para presentar Casa Tía Julia en un evento de modernos al que no sé muy bien cómo ni por qué me han invitado. Después toca un poco de gira: Vitoria, Bilbao, San Sebastián… y vuelta a Barcelona para luego volver a Soria. Total, que en medio de tanto ajetreo, y como no tenía demasiado trabajo, he quedado a comer con una amiga y luego he bajado caminando despacio desde la calle Tuset hasta el Macba. Allí había quedado con Marga (la creadora de las preciosas libretas Watawat Art) y buscando un sitio donde tomar un té hemos descubierto lo que para ella ha sido como entrar en el paraíso: Scrap House Barcelona.

La he dejado allí y he vuelto (esta vez en metro) a la oficina, donde tenía mi bicicleta, y ya en la calle de nuevo, de vuelta a casa en modo ciclista, he pensado que era una buena tarde, a pesar de la lluvia tipo txirimiri, para desviarse un poco del camino de siempre. Siempre pienso que los encuentros más curiosos suceden así, cuando decides desviarte un poco de lo que se supone que tendrías que hacer. Así, por pura casualidad, he pasado por delante de un pequeño taller de tapicería. Las puertas -y toda la fachada- era de madera y cristal y dentro se adivinaba al tapicero trabajando. Primero he pasado de largo, pero luego he retrocido para coger lo que parecía que era una tarjeta en una cajita -también de madera- junto a la puerta. Hace tiempo que mi famosa mecedora de Nicaragua (aquella sobre la que he escrito tantas veces y en la que he escrito también muchos de estos posts) tiene el asiento desvencijado y solo nos sirve a modo de perchero, para acumular ropa encima. Hace tiempo, también, que me digo que hay que arreglarla, y que tendría que encontrar a un tapicero artesano que lo hiciera. Así que quería tener el teléfono y la dirección del taller por si algún día me decidía a llamarle. Sin embargo, esa cajita de madera estaba vacía, y como ya me había desmontado de la bicicleta, y las puertas de la tapicería invitan a abrirlas, he entrado a preguntar.

Como os imaginaréis, al final he acabado hablando con el tapicero de un montón de cosas, le he enseñado un par de fotos de Casa Tía Julia (los «flyers» en realidad) y le han encantado y luego he acabado conociendo a su mujer, que está en la universidad para mayores estudiando Historia del Arte. Me han comentado que su sobrina está con un proyecto muy similar al mío y que su hijo da clases de coordinación corporal a través del baile (si no he entendido mal). He pasado un rato muy bonito con ellos y a lo mejor este verano se animan a hacer una visita a la casa (y yo igual le pido que dé un pequeño taller y se quede un par de días). También me ha hablado del portal «Millor que Nou» una iniciativa en la que se pueden encontrar talleres de reparación de muebles, bicis, electrónica, lo que sea, con tal de dar una segunda vida a los objetos y no acumular tanta basura.

En fin, que si necesitáis por un casual un tapicero en Barcelona, o alguien que restaure una silla, sillón, o similar, no dejéis de visitar este pequeño taller (Taller de Luís Martín, en la c./ Sant Antoni María Claret, 460), que además de la buena conversación, está lleno de cachivaches y cosas inverosímiles. Sonrío ahora pensando que la mecedora de Nicaragua, tanto tiempo después, sigue trayéndome cosas y personas interesantes. Y pienso en los cambios de ruta, los necesarios cambios de ruta que, también en días como hoy de lluvia, nos abren caminos nuevos.

2 comentarios

Spark julio 28, 2014

Los cambios de ruta traen caminos nuevos…? En serio…?
Conoces algún atajo, porfa? 🙁

editora julio 29, 2014

Con la de cosas interesantes que pueden pasar en un camino largo, ¿quién quiere un atajo?

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